Personajes

Alfonso Diez

alfonso@codigodiez.mx

El TLC y Tepito

 

Hace años, México se distinguía en el aspecto económico por el excesivo proteccionismo que brindaba a los empresarios nacionales.

Antes de la firma del Tratado de Libre Comercio para América del Norte que inició en enero de 1994 y es obligatorio para Canadá, Estados Unidos y México cualquier empresa mexicana se podía dar el lujo de producir lo que fuera y venderlo al precio que quisiera sin importar que se produjera en el exterior y se vendiera a un precio considerablemente menor y generalmente con una calidad muy superior.

Tal fue el caso, por poner sólo unos ejemplos, de los equipos electrónicos para el hogar y de los vehículos.

En Japón se producían televisores, equipos y grabadoras de sonido de marcas ahora muy conocidas como Sony, Panasonic, Matsushita y otras, pero en el país se podían conseguir solamente en la llamada “fayuca”, que era mercancía introducida de contrabando y que inundaba el barrio de Tepito en la Ciudad de México.

Tepito se convirtió en el lugar de compras preferido por la población y las transacciones en ese lugar superaron con mucho las que se llevaban a cabo de manera lícita en las tiendas y centros comerciales establecidos de manera legal.

Surgió una nueva manera de ganar dinero que consistía en viajar a la frontera norte, “cruzar al otro lado” y surtirse de mercancía en las tiendas ubicadas en las poblaciones del sur del vecino país del norte.

Laredo, MacAllen, Brownsville y El Paso en el estado de Texas fueron algunas de las poblaciones en Estados Unidos que vieron aumentar sus ventas a niveles muy elevados.

El comprador mexicano llegó también a Miami, Los Ángeles, Nueva York y Chicago, la oferta al 2X1 era muy atractiva: paseo y negocios.

El contrabando se convirtió en una actividad muy renumerada para la que solamente se necesitaba saber esquivar los controles aduaneros del paso fronterizo a México, de las carreteras nacionales del norte y de aeropuertos y centrales camioneras que recibían al viajero procedente de la Unión Americana.

Había que conocer caminos y brechas no vigiladas por las autoridades aduaneras y llevar una provisión de dinero para “arreglarse” con las mismas en caso de encontrarlas; pero aún así, el negocio era muy bueno.

Los empresarios nacionales se quejaban del contrabando y pedían a las autoridades que lo combatieran con mayor eficiencia, pero la corrupción se había instalado ya en todos los niveles de gobierno.

La mayor parte del problema era originada por los mismos empresarios. Las empresas productoras mexicanas se durmieron en sus laureles y en lugar de aprovechar la protección del gobierno para producir con mejor tecnología, más calidad y mejores precios, o por lo menos iguales a los del exterior, se dedicaron a llenar las arcas con productos de pésima calidad, salvo honrosas excepciones.

Así que cuando el consumidor se dio cuenta por ejemplo que la televisión mexicana marca Volvo, de pésima calidad, costaba mucho más que una extranjera Sony de mejor calidad y que podía conseguir en Tepito, o con el “fayuquero” de su elección, o en un viaje de fin de semana a las tiendas “del otro lado”, tomó la decisión que más le favorecía y esto propició la caída de las ventas de los productos mexicanos y el auge del contrabando.

Lo mismo sucedió con los automóviles producidos en México, que entonces se vendían a un precio muy superior al que se conseguía por el mismo producto en los lotes de autos al norte de la frontera.

La fórmula se aplicaba de la misma manera a muchos otros productos “hechos en México”.

Surgió el slogan: “Lo hecho en México está bien hecho” para que el consumidor volteara la cara hacia los productos nacionales, pero el mal ya estaba hecho, “la fayuca” inundaba todos los hogares, sin distinción, la gente la presumía como adquisición imprescindible.

En enero de 1994 comenzó a aplicarse el TLCAN con la intención de permitir a cierto plazo el libre comercio entre los tres países que lo firmaron.

Ya no habría más protección a empresarios que sólo buscaban llenar sus bolsillos de dinero olvidando la calidad y los precios que les exigía el pueblo; pero con todo y eso se les dio un plazo que variaba según el producto; así podrían introducir tecnologías para producir más y a menor precio.

Muchos lo lograron, pero muchos otros no hicieron absolutamente nada.

Así llegamos a enero de 2008 en que podemos tomar un botón de muestra de la larga lista de productos que se hizo para elaborar el TLCAN.

El azúcar, el maíz, el frijol y la leche en polvo quedaron totalmente liberados del pago de aranceles para su importación, pero debemos tener presente que tal liberación no se dio de manera brusca, de la noche a la mañana.

Tomemos el ejemplo del maíz: en el 2007 se pagaba sólo el 3% de arancel, ya se había cumplido con la mayor parte de la desgravación y en consecuencia lo que se liberó en enero del 2008 fue solamente ese 3% que no significa ningún golpe a la economía nacional.

No sólo eso, en el 2007 se logró la cosecha más grande de maíz en toda la historia de México con 23.6 millones de toneladas, a pesar de que las fronteras ya estaban prácticamente abiertas a la importación.

En general, por lo que al comercio agroalimentario y pesquero se refiere, las exportaciones en 2006 fueron del orden de 30 mil millones de dólares, 2.6 veces superiores a las de  1994.

Gracias a que nuestros productos no pagan aranceles en Estados Unidos, o los pagan muy bajos (en la misma medida que los de EU hacia México) debido al TLC, nuestro país se convirtió en el principal abastecedor de frutas y verduras de ese país: aguacate, cebolla, limón, mango, papaya y sandía entre otros.

El consumidor mexicano sale ganando con el TLC porque la eliminación del arancel en las importaciones significa también: 1.- lo desgravado cuesta menos, ya sea porque se consigue más barato trayéndolo del exterior de manera legal o porque el productor mexicano se ve forzado a bajar sus precios en el mercado nacional para poder competir y 2.- la industria del contrabando pierde su razón de existir.

Claro que hay quienes pierden con el TLC: los productores que no “se pusieron las pilas”, por decirlo de manera suave; los intermediarios que no podrán ya obtener ganancias sin límite, los contrabandistas que sin dificultad para traer lo que sea “del otro lado” quedan fuera de la jugada; las armadoras de automóviles nacionales que, a pesar de ser propiedad de los mismos que las detentan en el exterior, venden sus productos más caros en el interior; y, desde luego, Tepito, que tiende a desaparecer.

Sí, se acaba un modus vivendi, pero tengamos presente a costa de qué y de quiénes se daba éste.

Y como dice el dicho: “A río revuelto, ganancia de pescadores”, estos son los políticos corruptos que aprovechan cualquier rendija para colarse enarbolando la bandera de la desgravación brutal de aranceles y del “gasolinazo”; desgravación brutal que no fue tal, como vimos y “gasolinazo” inexistente, porque el litro de gasolina aumentará solamente dos centavos al mes y recordemos que desde años atrás ya aumentaba uno.

Los campesinos que siembran para su consumo quedan igual, sin pérdidas ni ganancias.

Los que menos tienen son siempre los que pagan los platos rotos; los grandes empresarios agrícolas tendrán que invertir en maquinaria y nueva tecnología para producir más, mejor y más barato, será para ellos sólo una cuestión de pesos y centavos; pero los pequeños, aquellos que tienen hipotecado el rancho para poder salir adelante, deben recibir del gobierno apoyos y asesoría para adquirir competitividad.

Esta última es la llamada del campo, no los abandonemos.

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